📝99 vidas
¿Qué harías si pudieras vivir 99 vidas?
—Quiero vivir 99 vidas —, le digo a C, medio dormido, medio despierto, en una de nuestras conversaciones nocturnas.
—¿Sí? ¿Cuáles por ejemplo?, me responde ella, acomodándose en la almohada, porque sabe que la respuesta no va a ser simple, nuestras conversaciones nunca lo son.
Las conversaciones que se dan de madrugada y con la guardia baja, son incluso más íntimas que el sexo.
Pensá en esto por un momento: Tener sexo es fácil. Hay cientos de aplicaciones que funcionan bastante bien. Y también cada vez son más las parejas llegan a acuerdos de voluntades, que facilitan el sexo casual o con algún tipo de vínculo amoroso, pero solo el amor te da la paciencia para escuchar, cuando el peso del día te está por mandar a los brazos de Morfeo.
Desnudar el alma frente al otro es incluso más íntimo que sacarse la ropa.
Porque en general el sexo es tabú, pero raras veces es íntimo.
Cuando llegas al punto de hablar desde el corazón con otra persona, cuando bajas la guardia y te permitís ser, auténtica y libremente, ahí llegas al verdadero clímax.
Muchas vidas, ningún maestro.
Volviendo al relato: Ambos estábamos acostados, mirando los tejuelones granates. Acostados como dos amigos que se cuestionan trascendentalmente su lugar en este absurdo.
—Quiero tener un hijo asiático —, le digo. Bah, más bien quiero vivir la experiencia de la crianza desde la cosmovisión oriental. ¿Qué le aconsejas al pibe, que le decís, como te relacionas?.
—Quiero ser pescador en el Paraná —. Salir de madrugada, llevar redes, tener largas conversaciones en silencio con otro compañero, mientras de fondo suena el río y la vida.
—Quiero ser un viajero del tiempo —. Ir a los acontecimientos menos relevantes: Comer el primer helado de la historia o el último. Ver cómo eran las islas del pacífico, América Central, África, antes de tanta explotación y colonialismo.
—Quiero enamorarme en otro idioma —.
—Eso ya me lo habías dicho, ¿verdad? —, me responde C con los ojos cerrados, pero con una agudeza mental que no deja pasar nada por alto.
—Sí, pero cambié —. Te había dicho que si morías o algo así, me gustaría enamorarme en otro idioma, creo que va a ser otra experiencia. Ahora no quiero esperar eventos catastróficos. Entiendo desde dónde lo había dicho en aquel momento: Desde el miedo a perder. Pero al carajo con el miedo. El resultado final es el mismo, ahí reside nuestra libertad.
—¿Y qué más? —, pregunta C. Ese verso acerca del miedo, la muerte, la libertad y el absurdismo, ya se lo sabe de memoria.
—Quiero ser budista —. No por las creencias, sino por todo lo que hay detrás. La cultura, el ritmo de vida, las tradiciones. Ojo que no estoy idealizando. Sé que estas vidas no son perfectas, pero ¿te imaginas poder vivirlas todas?.
—Quiero diseñar una ciudad —. El estilo va a ser orgánico. Sin vehículos. Con muchas frutas. Mucho verde y con vistas del amanecer y el atardecer.
—Eso ya existe Misa, es la descripción de una isla —. Tiene razón, estoy describiendo una isla-ciudad. Igual no me parece una mala idea lo de diseñar un proyecto como la República de la Isla de las Rosas, de Giorgio Rosa. ¿Por qué no?
—Quiero actuar —. Siempre se me dio bien encarnar personajes.
—Claro, porque sos multitudes —. C se acomoda mejor, es la señal de que la conversación está por terminar, por hoy.
—Sí, como decía Walt Whitman, “¿Que yo me contradigo? Claro que me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes) —.
—Quiero vivir sin preocuparme por el dinero —, le digo serio.
—Bueno, en general eso hacemos —, me responde C con una media sonrisa. Dejamos que de eso se encarguen nuestras versiones futuras.
—Sí, pero me refiero a algo mas al nivel de la realeza —. ¿De qué será que se preocupan? Probablemente de las mismas boludeces que todos: Aceptación social, que el ego se mantenga alimentado y del amor, claramente.
El impuesto que pagan por esa vida es la constante exposición pública. Personalmente, me gusta el anonimato. Ser una persona más de entre los 7 millones de habitantes que respiramos en este país.
Me interrumpo a mí mismo. Intento volver a la idea. Estoy hablando de algo trascendental para mí, pero parece que mi mente esta empeñada en llevar mi atención de vuelta a Paraguay.
Es como un agujero negro que absorbe todo a su paso: Ideas, sueños, anhelos. Por eso quizás cuesta soñar lejos y mantener la esperanza.
—Mañana te leo algo que escribí —. Sin pensar mucho en el quién, ni en el por qué.
—Dale, pero mañana —.
Al día siguiente, entre el café, los panqueques y el jugo de naranja, cuál alumno orgulloso de haber realizado su tarea, le leí este fragmento:
Sus ojos negros se perdían en la mirada de ella. En su sonrisa.
Ella se perdía en el fuego que sentía al escucharlo hablar.
Sabían que, aunque aquel momento era fugaz, la química de esa noche la recordarían por muchos años.
Ambos sonrían. Juntos o separados, quedaron unidos por esa química aleatoria que se da entre dos personas, porque sí.
Nunca se amaron, claro. Para amar hay que convivir. Y ellos solo convivían, de tanto en tanto, en la imaginación de él. Después en las historias que soñaba despierto.
No porque la amara. Nunca la amo. No tuvo la oportunidad y tampoco tenía las ganas para hacerlo. Estaba cómodo y feliz en su realidad.
Entonces, ¿Por qué dedicar tanta energía en pensar en ella? En historias cotidianas, pero fantásticas juntos. ¿Un capricho?, ¿una obsesión?.
Nada de eso.
Simplemente, disfrutaba la posibilidad de vivir varias vidas, pero sin las consecuencias.
—¿Y qué opinas? —, pregunto ansioso.
—Deberías publicarlo—, me responde C, mientras cubre de dulce de leche cada centímetro de su panqueque.
—Quizás—, pero ¿Qué opinas en serio?.
—Me gusta—. Se nota tu voz en ese texto.
—¿Algo más?—
—Es cierto, al escucharte hay fuego en tu mirada y en tus palabras, claramente eso es hipnotizante— . Me gustó el final. Aunque es medio cagón, ¿no te parece?
—No. Justamente ese es el punto—. Vivir varias vidas, pero sin cargar las consecuencias. No quiero que me paguen como a un pescador del río Paraná. O pelearme con un adolescente hormonal en mandarín, o que me maten por subversivo, cuando quiera intervenir en alguna injusticia del pasado, de eso paso.
—¿Y lo de enamorarte en otros idiomas?—, C fija su mirada, sé lo que intenta hacer. Quiere escuchar la respuesta en mis ojos.
—Estoy abierto a enamorarme—. Me parece que sería una experiencia única. Pero acordate que las peleas también van a ser en otro idioma.
—Las nuestra también— Se ríe. Esa risa, con este fondo lleno de árboles, gatos y cerámica, es una de las vidas que más amo. Es sencilla. Es auténtica. Y desde acá, puedo crear mundos con palabras.
Y, ¿Por qué no?, vivir 99 vidas.


