Los Inmortales
Sobre el tiempo, la muerte, el olvido y el amor.
Estoy sentado frente al mar y siento que no necesito nada más.
Es temprano, son cerca de las 5 de la mañana. No son vacaciones, pero es enero y estoy en Brasil.
No recuerdo un verano en el que haya podido dejar de trabajar, aunque sea de forma remota y un par de horas al día.
Quizás sea la adicción al trabajo o que, si sos de clase trabajadora, independientemente de cuánto dinero ganes, si no trabajás un mes, no comés.
En fin, esta vez estoy trabajando en la dirección de una campaña de comunicación política. No es mi pasión, pero es algo que se me da bien y que muy en el fondo, disfruto.
Hay una adrenalina muy adictiva durante los últimos meses de campaña, claro, también muchísimo estrés y caos, pero ahora son las 5:10 de la mañana, y eso no importa.
Estoy sentado frente al mar y disfruto mucho de estar vivo.
Disfruto del fresco de la mañana. Del sabor a sal en el aire. Del sonido de las olas contra las rocas. De la arena tibia y fina, casi como caminar sobre harina.
Estoy sentado frente al mar y siento que estoy llegando a una cita anual.
A una conversación entre amigos de toda la vida.
Cuando necesité hablar en silencio, el mar o la mar, estuvieron ahí para mí.
Ella me habló, y yo escuché.
El mar o la mar, más allá de la burocracia lingüística a la que respeto, pero la que no me interesa en lo mas mínimo, para mí no tienen género y pueden convertirse en lo que uno necesite, toda vez que sepamos escuchar.
“NECESITO del mar porque me enseña”, Pablo Neruda.
Mi mirada se pierde en el horizonte. Escucho música. Me sirvo un mate más. Empieza a lloviznar. Me pongo la capucha, porque de esta arena no pienso moverme.
Hoy mi cuerpo se levantó solo, sin la ayuda de ninguna alarma, para poder tener por lo menos 2 horas de silencio, antes de empezar a mandar mensajes, tener reuniones y planear estrategias, encerrado en un departamento a 100 metros de la playa. Un despropósito total.
Ahora, lo único que de verdad me importa es la calma. El silencio. La quietud del amanecer. Escribo en mi cuaderno lo siguiente:
“Escribo mi nombre en la arena. Lentamente va disipándose, igual que las billones de huellas y pisadas que se hicieron sobre esta misma arena blanca. Miro a mi alrededor y veo a pequeños sapiens comprando y vendiendo todo o por lo menos la idea del todo. En cada esquina podes encontrar carteles que, por unos buenos reales, te dan la mejor experiencia. Bendito capitalismo que nos empaqueta y nos intenta vender la idea de la felicidad”
Y escribo eso, no porque me interese el tema, sino porque me sale mas fácil hablar de lo externo, que entrar a esa cueva oscura a la que no quiero entrar: La perdida de mi inmortalidad.
Sobre los inmortales: Una raza privilegiada.
Durante muchos años fui inmortal. Aunque sabía que físicamente podría morir, creía en un después de la muerte. Llamale vida eterna, estado de nirvana o reencarnación.
Después, crecí y fui explorando otros mundos.
Durante un año semisabático viviendo solo en Areguá, una pequeña ciudad frente al lago Ypacaraí, me permití seguir mi curiosidad.
Exploré la astrofísica y traté de entender lo poco que sabemos acerca del lugar donde existe nuestro planeta, donde existimos nosotros, el universo.
Me sumergí en libros de divulgación científica sobre la naturaleza del tiempo. Leí poesía, cuentos y crónicas de viajes. Por supuesto que la filosofía no faltó a la fiesta.
Inconscientemente estaba buscando algo, pero no sabia que.
Y aunque me costó tiempo asimilar todo lo que leí, encontré buenos puntos de apoyo sobre los cuales reformular mi cosmovisión, esa forma de percibir el mundo que tiene cada uno:
Acá algunos de esos puntos:
El tiempo.
Nuestra vida transcurre en el tiempo. Esa es nuestra verdadera casa.
Mientras estamos vivos, construimos edificios, puentes, monumentos. Hacemos música, leyes, comidas, arte, deportes. Tenemos hijos, amores, olvidos, dolores y felicidad.
Póngase a pensar, lector, lectora, en todas las cosas que hicimos como humanidad hasta ahora: Desde pintar animales por las paredes de una cueva, hasta construir una red de comercio global, que te permite tener todo lo que quieras, a precios muy bajos, pero a un costo altísimo a nivel ambiental.
Todo esa sensación de progreso es ilusoria. El ritmo de vida super productivo al que nos obliga este momento histórico, nos hace olvidar que el humano, vos y yo, somos un animal más, transitando por un tiempo brevísimo.
¿Qué son 2 siglos de modernidad frente a los 13.820 millones de años que tiene el universo conocido hasta ahora?
¿Qué son 80, 90 años de vida humana, frente a los 4.600 millones de años que lleva girando la Tierra sobre su propio eje?
Todo esta idea puede ser resumida en este poema de Salvadore Quasimodo
“Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de pronto anochece.”
La impermanencia.
Nada permanece en el mismo estado, forma o composición, para siempre.
El “para siempre”, simplemente no existe.
La vida es cambio constante. Todo es impermanente. Tu cuerpo, tu juventud, tus lugares favoritos, tu familia. Inclusive, vos.
Hay que hacerle frente a la impermanencia abrazando con uñas y dientes el presente, lo único real.
Si nos ponemos muy observadores, nos vamos a dar cuenta de que todo tiende al caos.
Si elevas tu conciencia, como un ejercicio creativo, y miras a través del espacio-tiempo, vas a poder ver con toda claridad y sin lugar a equivocaciones que las cosas que están a tu alrededor, las personas, los momentos, los objetos, los micro organismos que nos habitan, todo esta cambiando constantemente.
Nada permanece igual.
«El milagro no consiste en caminar sobre las aguas. El milagro consiste en caminar sobre la tierra verde, habitando en profundidad el momento presente y sintiéndote verdaderamente vivo.»T. Hahn
La muerte.
Este quizás sea el más poderoso de los conceptos.
Independientemente a la historia que elijamos contarnos sobre lo que pasa después de la muerte, asumiendo que pasa algo, este es un hecho inexorable.
La muerte es algo que pasa sí o sí.
Ante eso, buscamos certezas, porque sino el presente es insoportable y el futuro aterrador.
La religión nos da eso: Certezas a través de la fe.
La patria o los nacionalismos, te hacen sentir pertenencia, te dan un himno y una bandera por la cual soportar todos los males habidos y por haber, a cambio, te hablan de la gloria y de formar parte de algo mas grande que vos.
Crear una gran familia. Seguir manteniendo un apellido.
Una vida de obras artísticas, logros deportivos, personales, políticos y económicos, nos dan la falsa percepción de que vamos a vivir para siempre.
Todas son formas de buscar el elixir de la vida eterna.
No digo que este bien o mal. Si te sirve, genial.
Pero tener en cuenta todo esto, es ganar perspectiva para tomar decisiones libres y conscientes sobre lo que querés hacer con el resto de tu vida.
El amor
Si se dan cuenta hasta acá mi cosmovisión estaba separada de las emociones, de la sensibilidad y de la ternura, por eso necesitaba equilibrar la balanza de la mente con las emociones.
Necesitaba sentipensar.
Y esto lo aprendí leyendo a Ann Druyan, directora creativa de Cosmos I y autora de Cosmos II, entre otras cosas, también fue esposa de Carl Sagan, pero eso es lo de menos.
Ella escribió la frase:
“Para pequeñas criaturas como nosotros, comprender la vastedad del universo es solo posible a través del amor”.
Parece poético, pero no lo es.
El amor es lo que da sentido a esta breve pero intensa existencia.
Abrazar y besar a los nuestros, nos renueva, nos salva del absurdo en el que vivimos.
Incluso muchas veces, el amor nos salva de nuestra propia oscuridad.
Y no hablo solo del amor romántico, sino el amor en general: A la gente que amamos, a los amigos, la familia, a nuestras mascotas, a la naturaleza, a nosotros mismos.
No importa dónde pongamos ese amor, lo importante es hacerlo.
El absurdo
Por último, otra forma que encontré de gestionar toda esta nueva perspectiva fue a través de las ideas de Albert Camus.
Él decía, palabras más, palabras menos: “Estamos en el universo sin razón aparente, porque sí”. Y ante eso planteaba tres posibilidades.
Tres salidas para gestionar nuestra conciencia acerca de esto: El suicidio físico, el suicidio ideológico, o la aceptación.
Del primero, paso, pero es la decisión de cada uno.
Del segundo, ya salí. Por muchos años acepté el camino que mis mayores trazaron para mí:
Creía que tenía un alma. Qué, si hacía cosas buenas y tenía fe, me esperaba la vida eterna, pero si hacía cosas malas me iba para el infierno eterno. Todo muy dantesco.
No voy a profundizar mucho en esto, porque me parece aburrido una vez que estás del otro lado del río.
La tercera, es en la que estoy ahora.
Aceptar que no tenemos un lugar privilegiado en el universo y que al universo le somos indiferentes.
Puede extinguirse toda la vida existente: Plantas, animales, y entre esos animales, los 8 mil millones de humanos que soñamos en este planeta y el universo va a seguir su curso sin inmutarse.
Entonces, ¿cómo vivir este fragmento de tiempo en el que experimentamos la vida?
¿Cómo plantear una vida autentica, libre y con mucho amor? Qué hacer de este tiempo?
Para mí, la mejor forma de atravesar esta experiencia es soltando.
Soltando para avanzar.
Soltar expectativas. Soltar la idea de la inmortalidad, la de la felicidad o del éxito.
Vivir liviano. Viajar ligero.
Jugar el juego de la vida en retirada, porque no somos inmortales.
Quizás estas ideas te generen rechazo a primera vista.
Llorá. Negá. Pero después usa todo esto como combustible para intentar vivir una vida autentica, libre y bajo tus propios términos.
Este es el gran problema que tenemos nosotros los mortales: Cómo vivir y cómo morir.
Pero, también es lo que le da gustito a nuestra breve existencia.
Y sí, sé que todas estos conceptos e ideas son una medicina amarga e intragable, pero a la larga nos curan de las expectativas ajenas y propias.
Al final, estas palabras pueden hacerte mortal, pero libre.
Espero que algunos de estos pensamientos atraviesen los océanos de tiempo hasta encontrarte, aunque tarden siglos en llegar.
Porque finalmente, ¿qué es el tiempo? Más que una ilusión persistente, si habitamos el presente como quién sabe que esta es su única vida.
Su única oportunidad de conocer el mundo, explorar otros, abrazar fuerte y vivir intenso.
Ahí, somos eternos, aunque sea un ratito.

