📝Swinger Onírico
Tengo la extraña habilidad de recordar con precisión las cosas que sueño. Diviértanse escuchando o leyendo.
La escena empieza con una mujer rubia caminando muy segura de sí misma. De reojo ve una pistola de juguete dentro de un negocio. Ella era pacifista, por eso no tuvo ningún reparo en robar el arma y seguir caminando:
No era robar, era su forma de librar su propia lucha contra el mundo.
De repente salió un chino y empezó a perseguirla frenéticamente. Unos metros después la alcanzó, pero aún así, ella seguía avanzando.
Estaban cruzando un puente grande. Y ella, en un último intento de solucionar las cosas, entregó el arma robada, pero el chino no quería el arma, él la quería a ella, esposada.
Ella siguió corriendo y sentía en el cuerpo las miradas inquisidoras de los vecinos oníricos, como haciéndole saber que ese no era su lugar.
Siguió avanzando hasta un edificio en construcción. Giró a la izquierda, luego a la derecha, pasó por otra construcción y cada vez se sentía más incomoda.
Alguien llamó a la policía y ella escuchó eso. Siguió corriendo, pero esta vez con más intensidad. Llegó hasta una zona de obras, llena de materiales de construcción, máquinas gigantes y mucho acero. Los trabajadores comenzaron a gritarle en tono burlón y en un inglés casi inentendible: ¡Blondie! ¡Blondie!
Ella estaba desesperada. Se le estaban terminando las opciones. De pronto se escucha a alguien hablar:
—Te reconocen por tu pelo rubio —. Era un chino joven que empezó a caminar a su lado. A lo lejos se escuchan cientos de sirenas policiales, como anunciando su inminente final.
—Tenés que entregarte —, le dice el joven chino.
Ella dudó. Todavía no había tomado ninguna decisión, cuando otra voz interrumpe la escena:
—Over here — se escucha gritar a un hombre occidental, mientras levanta los brazos.
Ella apenas entendía inglés, pero lo siguió instintivamente. Ambos bajaron por unas largas y anchas escaleras de concreto.
Cuando las miradas inquisidoras se quedaron atrás, el hombre occidental dijo:
—Te ayudo a escapar, si aceptas salir conmigo.
Ella dejó de caminar. Intentó tranquilizarse y pensó:
—Entre salir con él una noche y la policía china. ¿Qué podría salir mal?
El bar:
El salón era grande y oscuro, apenas podían distinguirse las caras.
El hombre, al que llamaremos "El inglés" para darle orden a este caos onírico, se acercó junto a un guardia, mientras deslizaba sigilosamente un billete entre sus manos. El guardia sonrió y les pidió que pasarán, señalándoles una mesa, que ya estaba ocupada por otra pareja.
Se acercaron despacio. La pareja sentada en la mesa no superaba los 50 años, pero ambos seguían en muy buen estado físico.
La mujer, protagonista de nuestro relato onírico, se sentía segura. La policía china jamas entraría ahí.
De repente entendió todo: El local era un bar Swinger. La invitación del inglés no era para salir a cenar, sino para tener sexo de las formas más lujuriosas posibles, con el morbo de tenerle a otras personas mirando o participando.
Se rió de su ingenuidad. Pero le pareció que sería una aventura inolvidable. Una buena anécdota.
La rubia se sentó al lado del cincuentón. La otra mujer, también de unos cincuenta años, tenía un vestido blanco, elegante, con la espalda abierta. Esa escena disparó una tremenda erección en la mente y en los pantalones del inglés.
El cincuentón puso su mano derecha sobre las pierna de su pareja y empezó a contar su historia: Ambos eran noviecitos en su juventud, pero después se separaron y cada uno hizo su vida independientemente al otro. Contó también que los dos estaban casados, pero que cada tanto venían a ese bar, porque les gustaba experimentar.
Y acá es cuando se pone interesante:
No se distinguían las caras. Solo el vestido y el outfit blanco de la pareja.
Se acercó un guardia y traía en su mano una bandeja plateada con cuatro pastillas en forma de cubitos transparentes y brillantes.
La mujer del vestido blanco fue la primera en tragar el cubito transparente. Inmediatamente empezó una metamorfosis: Le creció la lengua. Ahora era larga, gruesa y viscosa, pero en segundos volvió a su forma humana y les dijo:
—¡Perdón! No se asusten—. La rubia y el inglés estaban en shock.
El cincuentón explicó que era una droga que afectaba temporalmente la percepción de la realidad y que ellos tenían el morbo de cogerse a un alien.
—Esta pastilla engaña temporalmente al cerebro. Tranquilos, es segura, por algo es es el mayor atractivo de este local —, la rubia y el ingles quedaron en silencio: No estaban en condiciones de salir, pero tampoco querían participar.
—Al final solo es una droga rara que inventaron los chinos —, pensó la rubia.
Y la realidad no es lo que vemos. Nuestros sentidos son como cinco agujeros de una caja por la cual percibimos el mundo, no como es, sino como somos nosotros—, seguía argumentando para sí misma.
Interrumpe el cincuentón:
—No hace falta que tomen nada. Pueden mirar y si quieren unirse más adelante pueden hacerlo. El local estaba aromatizado con una especie de gas que les permitía experimentar lo que veía y sentía una persona drogada.
Otra vez empezó la metamorfosis. La mujer del vestido blanco se convirtió en un ser repulsivo a la vista y empezó a hacerle sexo oral al cincuentón. La escena era maravillosa, porque se podía ver, como en una especie de radiografía, el pene en movimiento dentro de la garganta de la mujer, ahora convertida en alien.
Cuándo terminó la sesión oral, una sensación de placer generalizado invadió todos los sentidos de la rubia y del inglés, que ya empezaban a excitarse.
Automáticamente la mujer vestida de blanco vuelve a su estado normal. Se limpia la boca con la mano y les pregunta: —Y ¿Qué tal?.
La rubia y el inglés no podían creer lo que acabaron de ver. Pero más aún les sorprendió que les haya excitado ver eso.
La escena sigue cuando una mujer alta, afroamericana, entra al bar y el guardia la escanea.
—¿Otra vez venís drogada? Tenés cuatro pastillas dentro tuyo. Si creas un problema, nunca mas te vamos a dejar entrar — le advertió el guardia.
La mujer se sentó junto a la pareja de cincuentones. No habló. No necesitaba hablar. La mujer afroamericana se transforma inmediatamente y fue directo por el cincuentón. El hombre gritó de placer. La otra mujer, la del vestido blanco, vuelve a la acción y también se transforma.
Todo estaba oscuro, pero se escuchaba perfectamente los ecos de la orgía espacial.
La rubia se excitó y empezó a sacarse los jeans discretamente, metiéndose dos dedos por debajo de la mesa. Estaba empezando a mojarse, cuando la afroamericana, ahora transformada, vió esa escena e inmediatamente mandó unos de sus tentáculos hacia ella.
La rubia no paraba de gemir, pero de repente todo se fue poniendo muy intenso. Los gemidos se transformaron en gritos de dolor. La mujer afro estaba muy pastilleada. Y no paraba. El inglés, que no se metió en la orgía hasta entonces, ahora decidió acercarse lentamente hacia a la rubia, pero uno de los tentáculos también le alcanzó.
Siguen los gritos. La confusión y los "Pará pará que me duele", hasta que una explosión de luz blanca mezclada con humo, dejó todo en silencio por unos segundos. Las luces blancas se prendieron y dejaron al descubierto el terrible escenario de la orgía.
El inglés fue decapitado y su cabeza rodaba por el piso. El traje y el vestido blanco de los cincuentones estaba manchado con sangre. La mujer afro estaba en el piso, sacando espuma por la boca. La rubia estaba en shock. Ahí se dió cuenta de algo terrible: La pareja con la que acababa de tener sexo era horrible y no físicamente.
Ambos estaban pateando y escupiendo el cuerpo sin cabeza del inglés, porque les arruinó el traje y el vestido.
Ahora, con el local iluminado, la rubia se da cuenta de otra cosa. No son los únicos en el bar sino que hay cientos de cabinas iguales a la suya. Incluso ve familias con niños. Obvio no hacían orgias, pero estaban ahí, pastilleados, jugando a la guerra espacial.
Ahí entendió que NO ERA UN BAR SWINGER, sino una especie de local para gente millonaria, que buscaba experimentar otras dimensiones de la realidad.
¡Quiero despertarme!
Llorando y en shock fue al baño. Ella no estaba drogada, pero estaba con mucha paranoia. Nunca más podría ver películas de aliens o películas donde jueguen con la percepción de la realidad.
Miró al espejo, sin observarse y se lavó la cara. Respiró profundamente.
Estaba lista para entregarse a la Policía China por haber robado esa pistola de juguete. Estaba lista para la cárcel, para las torturas incluso, pero necesitaba que fuera real. Se miró al espejo por ultima vez, ahora observándose detenidamente:
—Por fin algo real, pensó.
Cuando salió del baño, no entendía lo que pasaba. Volvió al baño y vio a una niña, de unos 7 años, que le dice:
—Jugá conmigo.
Ella intentó salir del baño, pero se dio cuenta que estaba atrapada en un bucle. Que estaba en una especie de laberinto inocente. La nena ríe y corre.
—Atrapame, le dice.
La rubia intentó mantener la calma. Evidentemente aún estaba narcotizada. Intentó seguir a la nena, pero cada vez todo se ponía más confuso. Las puertas se abrían y se cerraban. Los vidrios se convirtieron en puertas y las puertas en portales.
Ella ya no podía más. Se tiró al suelo. Y ahí, como un pequeño atisbo de realidad, vio un pequeño hueco en el piso. Gateó hasta el hueco. Era un deposito de limpieza, con una ventana alta que daba hacia la calle.
Lo primero que vio desde la ventana fue a la patrulla China. Corrió hasta la ventana, pero estaba muy alta. Apiló varias cajas como una demente. Ella estaba desesperada. Quería salir de ahí. Ir a la cárcel para siempre, pero que fuera real.
Llegó a la ventana y empezó a golpearla con todas sus fuerzas. Afuera nadie la escuchó. La patrulla china estaba por irse, cuando se percataron de la mano en el vidrio. Vieron a la rubia y la rubia los vió. Ella empezó a llorar de felicidad. Por fin tendrían un motivo válido para allanar el bar y rescatarla de esa locura.
El policía le hizo gestos de que se tranquilizara, que todo iba a estar bien. Sacó de su cinturón una piña y empezó a pedir refuerzos. Su compañero desenfundó una zanahoria, muy seriamente, listos para entrar al bar.


