📝Vacaciones en el paraíso
Un relato con final abierto.
“Ajepa che vale”, pensaba Gabi mientras hundía sus pies en la arena tibia de la playa y desparramaba protector solar sobre la espalda de Mari, su hija.
Todas las cosas que tuve que hacer para venir a ver esta maravilla.
Pedirle vacaciones a don Luis, hacerle firmar ese permiso del menor al celoso de Genaro y por sobre todo, haber ahorrado lo suficiente para cubrir nuestro pasaje, 7 días de hospedaje, viático y por supuesto, los regalitos para mamá.─Nde vale Gabriela─, se decía así misma mientras sonreía y empezaba a experimentar una sensación que en sus 27 años de vida nunca sintió:
Libertad. Eran ella, su hija y el mar. Nadie más.
La voz de Mari interrumpió sus pensamientos:
─Mami quiero ese─, dijo señalando a un vendedor que gritaba en un portugués españolizado: Milho quente, solo 5 reais.
Gabi grita al vendedor y él instintivamente, casi sin mirar, sigue el sonido de su voz y llega corriendo:
─¿Cuánto va querer?
─2 nomas dame─, responde Gabi, mientras busca su bolso entre el paraguas clavado en la arena y su pequeña conservadora, regalo de navidad de la empresa donde trabajaba, como compensación por todas las horas extras que trabajó sin cobrar.
El vendedor le entrega a Mari el primer milho, envuelto con la cascara del maíz y ella sin perder tiempo, empieza a devorarlo.
─Mami, este ko es choclo había sido, pero riquísimo está. Bien calentito y salado con manteca, tenes que probar antes que se enfríe.
─Esperame que un rato─, dice Gabi con la voz nerviosa, mientras empieza a palidecer y algo se le empieza a subir desde el estómago hasta la cabeza.
─Son 10 reais─, apura el vendedor. Tenho gente esperando, señora
─Mari, espera nomas, porque no encuentro mi bolso celeste por ningún lado, vos no tocaste por si acaso?─, pregunta Gabi mientras sus ojos recorren por todos lados, intentando encontrar un milagro.
─Estaba debajo de tu asiento nomas mami─, responde Mari, dejando obedientemente su milho a medio comer encima de su mesita improvisada.
En ese momento Gabi dejó de escuchar cualquier sonido. El tiempo se relentizó y empezaron a venir a su cabeza todos los “chakes” de su mamá antes de salir.
“Es muy lejos. Vos sola con la nena. Les puede pasar cualquier cosa. Imagínate que te roben todo y ¿Qué vas a hacer?”, “Por lo menos decile na a Genarito para que te acompañe, el papá de la nena es”.“Una mujer sola no esta bien que viaje así”. Las palabras de su mamá ahora resonaban en su cabeza, pero se sentían como un clavo oxidado clavándose una y otra vez en su corazón.
Intentó despejar su mente, no era la primera vez que tenía que resolver una situación difícil, pero a diferencia de otra veces, ahora estaba sola y lejos de su casa.
Gabi era una mujer fuerte. Desde que le tuvo a Mari a los 17 nunca bajó los brazos. Nunca se achico ante nadie. Incluso cuando casi va al Buen Pastor, por una denuncia falsa que le hizo su ex pareja, “el genarito”, como ultimo recurso para quedarse con la custodia de Mari.
Intentó recordar si no tenía algunas monedas sueltas en su maleta.
─¿Tem cartão?─, pregunta el vendedor de Milho, con un tono cada vez mas agresivo. Sabe que si no está vendiendo, está perdiendo plata y su familia también cuenta con sus ingresos.
─No entiendo, ¿Como?─, responde Gabi, intentando aprender portugués sobre la marcha
─Cartão, tarjeta, debito─, inquiere el vendedor mientras saca su maquina de pos.
─No señor, no tengo─, dice Gabi mientras busca con la mirada por todos lados su bolsón azul, como ultimo acto de fe.
Ella nunca tuvo tarjetas de crédito, no confiaba en los bancos, ni mucho menos en extraños, como para dejar su dinero en la caja fuerte que le ofreció la dueña de la casa donde se estaba quedando hacía unos días y que por cierto, también falta terminar de pagar.
─Se me robo todo─, dijo con una voz casi inaudible, mientras intentaba no quebrarse frente a la mirada severa del vendedor de milho y a su hija, que la miraba preocupada, casi con culpa por haber pedido algo que comer.
─Se fue todo lo que tenía señor─, respondió casi con un tono de resignación, culpa, rabia, enojo, frustración.
El vendedor de milho se quedó callado. Sostuvo la mirada hacia Gabi, enojado. Enojado por haber perdido su tiempo, 5 reales y enojado por enojarse por tan poco. No es la primera vez que ve a turistas primerizos ser despojados de todo lo que llevan a la playa.
Observa por unos segundos el milho a medio comer encima de la mesita improvisada y evita hacer contacto visual con Mari. Es un hombre duro, pero no lo suficiente como para mirar a los ojos lagrimosos de una nena que acaba de aprender qué, aun en el paraíso, pasan cosas malas.
Texto publicado originalmente en Paraguayos en Auto a Brasil, con final abierto. Acá el post original


