Una camisa color beige con el cuello almidonado. Una insignia con el símbolo de un gallo y una estrella, impecablemente lustradas.
Una mesa de madera en el centro de la habitación. Un foco cálido ilumina la escena. De fondo suena Virgencita Morenita de Cafrune.
Una canilla se abre y la tina, llena de excremento, empieza a llenarse.
Sobre la mesa, ordenadas con meticulosidad de cirujano, herramientas para quebrar la voluntad.
Él las revisa una por una y en su rostro hay excitación. Pero algo le inquieta. Algo le molesta profundamente y le corta el éxtasis en el que estaba. En la escena falta algo: El miedo.
La mujer que está frente a él, esposada a una silla, no tiembla, no emite sonido alguno. Es su segunda ronda de tortura, pero nada de lo que ve o siente le turba. Por fuera, claro, por dentro quiere morir. Desaparecer. Huir de su destino, pero no va a darle el gusto de que la vea así.
Su mente se abstrae a su infancia. Vuelve a escuchar el sonido del tren pasando por Yukyry, la compañía en donde vivía con sus abuelos. Vuelve a oler la leche recién ordeñada. El dulce de guayaba hirviendo en el bracero. El sabor al pan casero recién horneado por sus tías. Escucha el barullo de sus primitos, peleándose por agarrar el mejor lugar en la mesa. Siente el olor del viento, mezcla de bosta de vaca, madera quemada y tierra mojada.
Un grito interrumpe sus recuerdos. El grito es seco.
Es su cuerpo reaccionando a la electricidad.
—No puede ser —pensó—. Mi cuerpo me traicionó.
—Ajepa hasẽ vai ko kurecha1 —grita el torturador público.
Un pensamiento invade su mente: —He´i voiko ndeve la nde sy. Ani ere mba´eve che memby. Ndejukata ko che hegui—2
Otra descarga eléctrica recorre su cuerpo, ahora mucho más húmedo.
El dolor que siente es indescriptible. Siente como si sus huesos fueran a romperse desde adentro.
Intenta respirar, pero no puede. Abre la boca. Intenta tragar aire, pero en vez de eso, escupe sangre.
Siente un metal frío y húmedo que aprieta sus pezones. Se prepara para recibir otra descarga. Cierra los ojos, aprieta los dientes, pero esta vez no grita. No piensa darle ese gusto al sádico uniformado que tiene enfrente.
—¿Qué fue lo que hice mal?—, piensa.
En ese momento se desmaya. Solo ve oscuridad, pero se siente protegida. Siente paz. —¿Estoy muerta?—, se pregunta.
Ahí le ve a su abuela Aniana, linda y coqueta como siempre. También está Pedro Pablo, su abuelo. Alto, rubio, fuerte. Escucha su voz con toda claridad:
—Fuerza, che rajy. Nde ko ha´eta heroína nacional algún día. Anikena ne kanguy. Todavía tenés que seguir luchando—.3
Un baldazo de agua fría y un olor fétido le despierta del trance.
Ahora, de fondo suena “Chiquitita”, de ABBA.
Sus ojos se dirigen directamente al torturador. Con sus últimas fuerzas y desde el fondo de sus entrañas le grita:
—Che jukana, nde arriero inútil. Che ha´e campesina, nieta de veterano y héroe de la patria—4.
El torturador se ríe. Le da una pitada a su cigarillo y le escupe el humo en la cara.
Un joven oficial, aprendiz del oficio, desenfunda su revólver y le apunta directamente a la cabeza.
Ella siente el metal, pero no le tiembla el cuerpo, ni la mirada.
El miedo desapareció de la habitación y también de su cuerpo.
—Cuando usted ordene, mi comisario —grita el aprendiz.
—Nde arriero inútil5, ni siquiera te animas a disparar vos —le desafía por última vez a su torturador.
Un golpe seco le deja inconsciente.
Cuando vuelve a abrir los ojos, está tirada en el barro. No sabe dónde está, pero claramente el ritual de la tortura terminó y ella sigue viva.
No siente sus piernas, pero nunca se sintió tan fuerte y libre como ahora.
Ella ganó.
—Gracias, ñandejara6 —susurra—. Gracias abuelo. Gracias abuela, mi lucha continúa por ustedes.
—Ni un paso atrás —se repite a sí misma. Mientras se pone de pie y respira libertad.
“Qué feo llora esta cerda”-La frase original es en guaraní y está documentada en los Informes de la Comisión Verdad y Justicia-Paraguay, pag 59.
En español: “Te dijo luego tu mamá: No digas nada mi hija. Te van a matar de mí”.
En español: “Fuerza mi hija. Vos algún día vas a ser heroína nacional. No seas débil. Vos todavía tenés que seguir luchando”.
En español: “Matame, hombre inútil. Soy campesina, nieta de veterano y héroe nacional”.
En español: “Hombre inútil”.
En español: “Gracias Dios”.
Este texto pertenece a la serie: “Cuentos cortos de la dictadura más larga de Latinoamérica”, por Misael Palma.
Ameeeeeiii, espero con ansias otro ep🌹