Guillermina, Mario y yo tenemos la misma edad. No nos conocemos, no aún, pero tenemos algo en común: queremos un Paraguay libre.
Los tres somos jóvenes. Ellos se acaban de casar y están esperando a su primer hijo. Yo acabo de volver de un viaje y estoy estudiando derecho.
A pesar de la situación política del país, nos animamos a soñar y a trabajar para que ese país sea real.
Los tres creemos que no es suficiente mirar desde afuera; tenemos que hacer algo.
Ellos y sus amigos se organizan. Buscan generar una masa crítica de jóvenes, dispuestos a hacerle frente a todas las injusticias que se escuchan y se viven todo los días, incluso tomando las armas si fuese necesario.
Mis compañeros y yo hacemos algo similar, pero a través de las palabras: creamos el primer diario digital de la Universidad Nacional de Asunción, El Independiente. El objetivo era fomentar el pensamiento crítico.
La diferencia entre Guillermina, Mario y nosotros?
El espacio-tiempo donde transcurrieron nuestras historias: Son 39 años1 los que nos separan de Guillermina Kanonnikoff y de Mario Schaerer Prono. Y que a nosotros nadie nos torturó, ni nos hizo desaparecer por organizarnos, o por pensar diferente.
Cuando escuché por primera vez la historia de Guillermina y Mario, tenía la misma edad que ellos en 1976. Quizás fue por eso que su relato me atravesó tanto.
Era 2015 y estaba participando en una actividad organizada por mis compañeros del “Inde”.
El evento en sí ya fue un acto revolucionario.
En Asunción existen 45 seccionales coloradas; a mi facultad se le considera popularmente como la número 46.
Fue ahí, en la facultad de Derecho, donde por primera vez escuché las etiquetas peyorativas como “Bolche, zurdos y comunistas” a todo aquel que se animara a pensar diferente a la masa de traje y corbata roja.
A pesar de eso, ahí estábamos nosotros, con el aula magna llena de jóvenes esperando a escuchar el otro lado de la historia, el que jamás te van a contar en los colegios, ni mucho menos en la cátedra de derechos humanos.
Impecablemente vestida y con una voz firme pero cercana, Guillermina nos contó su historia de lucha contra el régimen dictatorial más largo de Latinoamérica y cómo lograron el primer fallo judicial que no dejaba duda del actuar terrorista del Estado paraguayo hacia Mario Schaerer Prono el 6 de abril de 1976.
De ese relato hay imágenes que hasta hoy se quedaron grabadas en mi memoria:
El último beso y abrazo que se dieron frente a Identificaciones, un centro de tortura en pleno micro centro de Asunción.
Siento la angustia en mi estómago cuando pienso en ella, embarazada y con 21 años, diciéndole a Mario: "Nos están entregando”, al ver como el sacerdote Raimundo Roig arrancaba su auto en plena madrugada.
Pienso en la desesperación de un pibe de 23 años, viendo al amor de su vida, embarazada de 7 meses, con cortes profundos y sin poder hacer nada para salvarla.
Los veo ahí, abrazados, llorando y prometiéndose que pase lo que pase, con él o con ella, lo más importante era Paraguay.
Ese ideal tenía que ser protegido a toda costa.
Siento la ira de Mario hacia el sacerdote que los entregó a la policía stronista, la misma que horas antes los intentó matar.
Le escucho diciendo: "Padre, usted es un cobarde, hace lo que Judas hizo con Jesús. Luchamos por lo mismo, por la liberación del pueblo."
Pienso en la fuerza que trataba de infundirle Mario a Guillermina en los pasillos del centro de detención, antes de las tres sesiones de tortura que terminarían con su vida, pero no con su legado.
Pienso también en las últimas palabras que nos dijo Guillermina esa noche:
"Esto no es fácil de recordar, pero tenemos que hacer el esfuerzo para que nunca más vuelva a repetirse. Nadie merece pasar por esto, ni siquiera los hijos de los torturadores."
La dictadura no buscaba matar solo el cuerpo, sino también quebrar el alma, los sueños y toda esperanza de vivir en un país libre.
Rescatar la memoria histórica no es solo hablar de las cifras de muertos y desaparecidos; es sobre todo un ejercicio de empatía. Es poner el corazón en la historia del otro.

Quiero cerrar este breve relato con otra imagen: una foto de Guillermina, pero ahora con 69 años, caminando del brazo de Vivian Genes, una estudiante universitaria que soporta un proceso judicial por haber ejercido su derecho constitucional a la protesta, acompañándola a presentarse ante la (in)justicia paraguaya.
¿Qué les puedo decir?
En la facultad estudiamos durante seis años muchos libros y autores sobre derecho penal, sus diferentes teorías y procedimientos. Estudiamos la constitución, los derechos humanos y otras 200 otras materias.
Pero, ¿para qué? ¿Cuál es el sentido práctico de aprender todas estas teorías, si las reglas del juego, el contrato social que constituye al Estado paraguayo, se quebró hace años.
Hoy, Paraguay es un estado de ánimo. Un estado de ánimo digitado desde un quincho sobre la calle España.
Cientos de investigaciones periodísticas ponen a la luz que las imputaciones realizadas por la fiscalía paraguaya se dictan por WhatsApp.
¿Me vas siguiendo?
Las reglas de juego ya no funcionan y si queremos cambiar las cosas, tenemos que ser conscientes de eso. Sino nos estamos ilusionando con algo que no existe, por lo menos en la práctica.
Aunque llegues al Congreso Nacional y tu curul esté respaldado por más de 100.000 votos, tu permanencia en el juego democrático está condicionada
por una mayoría coyuntural, que hace y deshace a su antojo.
La policía nacional sigue manteniendo las mismas prácticas autoritarias de la dictadura.
¿Y ante eso qué podemos hacer? ¿Qué salida tenemos? ¿Ir a la terminal de ómnibus o al aeropuerto Silvio Pettirossi y mandarnos mudar?
¿Tomar y drogarnos hasta disociar que vivimos en una dictablanda?
O empezar por marcar una línea. Una grieta entre los nostálgicos del pasado y las personas que no estamos dispuestas a negociar sobre el sufrimiento y la sangre de tantos buenos paraguayos y paraguayas.
Yo voy por esta última opción y mi forma de empezar a hacerlo, es recordar: volver a pasar por el corazón y por las palabras, tantos nombres olvidados, pero siendo claro en algo: Paraguay necesita reparación y justicia.
Y esa justicia empieza con la memoria: recordando a los que no están, pero también a los que siguen viviendo de los beneficios de la dictadura: empresarios, políticos y torturadores retirados.
A todos estos debemos recordarles como lo que fueron: traidores y enemigos del pueblo paraguayo. No hay punto medio.
La traición a la patria no puede ser olvidada.
´“El olvido, dice el poder, es el precio de la paz, mientras nos impone una paz fundada en la aceptación de la injusticia como normalidad cotidiana”. Eduardo Galeano.
39 años de diferencia, desde la detención ilegal de Guillermina y Mario en 1976, a 2015, cuando escuché por primera vez su historia.