Ternura y Deseo
Una historia de (poli)amor y duelo.
“Soy solamente un animal que escribe y se enamora”, Jorge Eduardo Eielson.
Estoy parado frente a un ataúd. No entiendo bien qué hago acá.
Hay mucha gente alrededor, pero no llego a distinguir ningún rostro.
Camino unos pasos hacia el cajón y no puedo creer lo que veo.
Parpadeo rápido, es casi un tic nervioso, respiro profundo y siento con mis manos el frío de la madera.
Quien está ahí fue mi pareja durante poco más de un año y, en ese tiempo, pasó toda una vida.
Miro detenidamente su rostro. Tiene el pelo corto y de color marrón. Su piel está más blanca de lo normal. Es raro verle así. Yo le conocí con el pelo naranja y en movimiento.
Jamás hubiera usado la ropa con la que le vistieron. Es demasiado formal para ella.
Un detalle me trae a la realidad. Me confirma que lo que estoy viendo es real: un algodón blanco, casi imperceptible, saliendo de su nariz.
Quiero salir corriendo, pero no lo hago. Mi mente está totalmente abstraída.
Un pulso eléctrico recorre mi cuerpo. Es como una corriente que va desde mi estómago hasta el corazón.
Me aprieta el pecho. Respiro profundo y vuelvo a revivir todos los momentos que vivimos juntos.
Siento que puedo escucharle diciendo: “Quizás yo esté destinada a vivir poquito”. Esa vez nos reímos, porque yo era quien siempre hablaba de la muerte. Ella era vida.
Mi mente me lleva a la primavera.
A la primera vez que salimos juntos. Ese primer abrazo que nos dimos cuando aún éramos dos desconocidos. Se sintió tan cercano, como si ambos volviéramos a un lugar conocido.
Miro sus manos. No entiendo cómo nadie fue capaz de pintarle las uñas con algún color que le representara más.
Recuerdo cómo esas manos, ahora frías y mal pintadas, me dieron tanto calor cuando el frío de la vida me sobrepasaba.
Recuerdo nuestras conversaciones caminando por el centro de Asunción, y aunque nunca me gustó ese lugar, me gustaba ella. Y cuando uno está enamorado, hasta el micro centro asunceno te puede parecer mágico.
Nos veo en su moto recorriendo heladerías y haciendo nuestro propio review de los mejores helados de la ciudad.
Le veo vestida de entrecasa, bailando. Frustrada cuando un movimiento no le salía, pero con una cara de orgullo y vanidad, hermosa, cuando lograba sincronizar su cuerpo con la música.
Siento mis manos en su cintura cuando ella cocinaba y yo le abrazaba por detrás. De fondo sonaba "Bachata en Fukuoka" de Juan Luis Guerra.
Recuerdo el amor con el que preparaba cada comida. Y, aunque solo íbamos a ser ella y yo, había demasiados detalles que te decían: “Aunque todo el departamento huela a ajo, cocinar es mi lenguaje del amor”.
Recuerdo su voz cuando me contaba algún chisme del trabajo. Su risa espontánea cuando veíamos videos de perritos y gatitos en Instagram. Recuerdo sus gemidos. Su llanto.
Recuerdo cada centímetro de su piel, ahora tiesa y fría. Sé exactamente donde están las coordenadas para hacerle explotar de placer.
Me siento mal por recordar eso frente a una muerta, pero este cuerpo no es ella. Ella no está acá.
Todo esto recordé en 10 segundos de abstracción mirando la nada.
Después la realidad me partió el corazón y los recuerdos.
¿Cómo mierda puede ser posible que esta mujer tan alegre esté en esta caja de madera, sin estilo, ni clase? Esta no es W.
No entiendo cómo es que está muerta.
La última vez que supe algo de ella estaba bien, haciendo lo que mejor sabía hacer: haciendo arte de sus movimientos, bailando.
Ahora, frente a mí, están su mamá y su papá. Los saludo inclinando levemente la cabeza.
No tengo nada que decirles.
Sé que su mamá nunca me soportó. Quizás porque nunca aceptó el tipo de vínculo poliamoroso que teníamos con W.
Él, al contrario, siempre me hizo sentir como en casa. Quizás, porque podía ver lo feliz que era su hija, mas allá de los tabúes morales, pero eso es lo que menos me importa ahora.
Vuelvo a mirar su rostro inerte. Parece una de esas estatuas de mármol, frías pero con tantos detalles, y pienso en cuando fue la última vez que hablamos.
Creo que fue hace 7 meses. ¿Qué me dijo ella? ¿Qué le dije yo?
Siento mucha rabia y una tristeza infinita al recordar esa conversación.
Yo le había preguntado una boludez: Si ella miraba mis stories y después me volvía a bloquear. Me dijo que sí. Que cuando me extrañaba mucho lo hacía y que intentaría no hacerlo más. Eso fue todo.
Qué conversación de mierda y qué idiota fui.
Intento justificarme conmigo mismo. En ese momento tenía el ego golpeado. Fui un boludo y ahora ya no está acá para decirle: “Hey, yo también te extrañaba un montón. Y sigo queriendo todo contigo”.
Ahora nada de eso importa. Son solo palabras vacías.
La muerte es injusta, dolorosa e inoportuna.
De repente, algo me saca del espiral de culpa y dolor en el que estoy cayendo.
Ya no está el ataúd, ni sus padres, ni el resto de las personas, solo una gran oscuridad.
Escucho su voz. Es ella. Me llama por un nombre que solo nosotros conocíamos y me dice: “Despertate”.
Abro los ojos. El corazón me late a mil. Estoy en casa. No puedo creer que todo fue solo un sueño.
Busco mi mi teléfono. Abro mis notas y empiezo a escribir lo que soñé .
A la mañana siguiente escribo esto:
Decía Carl Jung “Que los sueños son cartas del inconsciente y cada sueño que no se interpreta es una carta que no se abre”. Y si bien una experiencia no constituye evidencia, mi relación con los sueños confirma esta frase.
Cuando tenía que tomar decisiones trascendentales para mi vida, siempre soñé y recordé todo.
Hace un par de años renuncié a un trabajo sin tener un plan B o un colchón económico importante.
Ahí soñé y me escuché decirle a este cliente: “Mis sueños no están a la venta”.
Eso fue la confirmación que necesitaba para plantarme y estar seguro de mi decisión. Sabía que todo iba a estar bien.
En este caso, soñar con W y con todo el contexto de su supuesta muerte y los recuerdos, para mí tienen un mensaje clarísimo:
Esa versión de la que yo estaba enamorado, murió.
Ahora, 7 meses después, estoy listo para enterrarla.
Hace 2 años había escrito que quería vivir 99 vidas y una de ellas era enamorarme en otro idioma. Y eso hice.
Pero no fue un idioma lingüístico.
El idioma fue el baile.
Ella me enseñó sobre el movimiento y yo apagué la mente durante todo un año.
Es que en ese idioma, las palabras, las ideas, se traducen en movimiento, en emocionalidad, en sentir más que pensar.
Durante ese tiempo acompañé ensayos, presentaciones, mudanzas, frustraciones y éxitos.
Miré de cerca cómo otro ser humano le ponía muchísima dedicación al arte.
Le vi trabajando mucho. Frustrándose cuando su cuerpo no le respondía. Le escuché putear sobre lo difícil que era ser artista en Paraguay. Le vi contenida por sus amigos y por el arte.
Y bailé. Bailamos mucho.
Bailamos cuando las cosas funcionaban y también cuando dejaron de funcionar.
Fue un viaje en todo el sentido de la palabra. Un viaje al que bautizamos “Ternura y deseo”. Cada uno de los dos estaba representado por esas dos palabras.
Yo aprendí mucho. Aprendí de mi mismo.
Aprendí del poder de la ternura y del poder de la vulnerabilidad.
Aprendí otras formas de vivir y de relacionarme y también aprendí a soltar.
Estas breves líneas son mi forma de hacerlo.
Como alguna vez dijo una escritora a la que admiro mucho:
“Supongo que escribiré mi historia después de haberla vivido”.
Yo supongo que ahora terminé de vivir esa vida, por eso escribo esto.
Haber tomado la decisión de terminar esa relación, fue de las cosas mas dolorosas y menos egoístas que hice hasta ahora.
Fue una decisión desde el amor y pensando en la felicidad de W.
Fue admitir que yo no podía darle lo que ella buscaba en una pareja, no en ese momento y tampoco ahora.
Fue admitir que no podía ser un arroyito, constante, por donde el fuir del agua le diera paz. Yo era como un océano: Hermoso e inmenso, pero con olas gigante y calma de a ratitos.
Mientras escribo estas palabras, vuelvo a pensar en ese sueño.
Revivo los momentos, las conversaciones y todos los abrazos que fueron hogar.
No tengo intención de olvidar. Por eso también escribo.
Para recordar ese viaje. Para recordar ese idioma del amor.
No tengo intenciones de eliminar las más de 748 fotos en las que aparece etiquetada en mi teléfono. No por nostálgico, sino porque aunque lo haga, esas imágenes van a seguir en mi memoria.
Y no, no miro fotos. No releo mensajes, ni vuelvo a escuchar audios. Por alguna extraña razón, mi forma de procesar una ruptura amorosa no va por ahí.
¿Quieren saber por dónde va?
Digamos que me permito un ciclo de autodestrucción intentando evadir la realidad.
Pero a los 30 y después de muchos eventos así, uno aprende a sublimar esa pulsión autodestructiva de otra forma.
En mi caso, escribiendo, haciendo escalada y trabajando obsesivamente. Solo esas tres actividades en bucle, semana tras semana. Mes a mes.
Pero no son así todos los días. A veces, una nube negra niebla mi capacidad para ser feliz.
Cuando escribí 99 vidas, todavía no me había casado y jamás pensé que ese texto iba a ser mi manifiesto de vida, pero claramente siempre hay algo de verdad en las cosas que escribimos, aunque en el momento ignoremos eso.
En ese texto había dicho que no quería cargar con las consecuencias de vivir las 99 vidas, pero el papel todo lo aguanta.
El papel todo lo aguanta.
En la realidad sí hubo consecuencias: lastimé a personas que amaba. El costo emocional y psicológico fue alto para todos. La vida que tenía proyectada cambió y ahora es volver a repensar todo.
Volver a empezar, pero con más experiencia.
Como se habrán dado cuenta, este no es un texto romantizado. Es lo que es.
Es mi forma de decirme a mí mismo: Seguí adelante. Transformá ese viaje de ternura y deseo, en algo más que recuerdos.
Porque la vida es eso. Ciclos.
Ciclos de transformación y destrucción.
Invierno para crecer hacia adentro y primavera para crecer hacia afuera.
Y ahora, por fin, se asoma en mí un verano invencible.





Que pedazo de texto!
Siendo sincera no lo leí, lo escuché y me emocione con cada palabra!
Gracias! Te abrazo fuerte!